Camino Jardina

Camino Jardina

Una de las grandes maravillas que ofrece la isla de Tenerife, consiste en poder disfrutar de magníficos parajes naturales sin apenas desplazarse más que un par de cientos de metros de la ciudad o del pueblo donde se resida. Tenerife es un auténtico continente en miniatura, por su diversidad de paisajes vegetales y geológicos.

Una de estas “escapadas fáciles”  lo constituye el camino Jardina que está a las afueras de la histórica ciudad de San Cristóbal de La Laguna, patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y antigua capital de todas las Islas Canarias.

Viniendo de Santa Cruz de Tenerife, actual capital de la isla, y circulando por la vía de circunvalación de la ciudad de La laguna, la conocida vía de Ronda (TF-13), llegados a la primera rotonda, donde la vía de Ronda cruza con el camino de las mercedes, se toma éste camino a mano derecha según se circula, pasando por delante de la famosa dulcería El Rayo.

Se continúa el camino de las Mercedes hasta encontrarnos con la bifurcación de Jardina, y ahí tomamos por el camino que da nombre a este artículo.

Durante el tramo asfaltado, nos vamos encontrando con casas de campo terreras de una o dos plantas, unas coquetas, con flores, acogedoras y otras simplemente horribles masas de bloque que cualquier concejal de urbanismo mínimamente diligente habría mandado derribar desde el principio, evitando así la destrucción actual al que se ha sometido a la otrora maravillosa vega lagunera.
 

Aun así, tras hacer el ejercicio mental de no fijarnos en la hedionda basura de construcciones que jalonan algunos tramos de la vía, fruto de la falta de sensibilidad de quien las construye y de la desidia y connivencia  de quien permite que se trastoquen de este modo tan fragrante las más elementales leyes urbanísticas y estéticas, llegamos al tramo de vía no asfaltado que es donde comienza nuestro maravilloso y secreto recorrido.

Y así, camino Jardina, cuando deviene en pista de tierra, empieza a adentrase en las primeras estribaciones del macizo de Anaga  y a sorprendernos con unas vistas apasionantes del Valle de Tahodio y su presa, y del maravilloso Teide, al fondo, imponente y lejano.

Un paisaje natural a dos pasos de la ciudad. Un mundo plenamente rural. Una zona de cazadores y de paseantes, muchas veces solitarios, que vienen a reflexionar y a recargarse de energía en este lugar tan extraordinario y accesible a la vez.