La Punta de Teno, es el extremo occidental de la isla de Tenerife, la zona de mayor exposición solar de la isla, la de mayor número de horas de luz al año y el punto más próximo a América. Tras ella, de surcar las aguas en línea recta, se nos abre la inmensidad del océano hasta alcanzar el Nuevo Continente sin posibilidad de escala intermedia. Es, en cierta forma, uno de los Finisterres insulares, quizás el de mayor carga emocional por la evocación que suscita la histórica conexión entre este último trozo de España y Europa, con el continente Americano.
A la punta se llega desde el pueblo de Buenavista, del que dista 9km, tras atravesar túneles excavados en la roca de los farallones que el macizo de Teno, uno de los tres núcleos geológicos que originaron la isla de Tenerife, por tanto una de las zonas más antiguas geológicamente hablando de la isla, dispone imponentes sobre el mar.
Si bien la ladera occidental o si se quiere, la vertiente sur del macizo de Teno, se descuelga sobre el mar en los imponentes Acantilados de los Gigantes, no menos imponentes son los acantilados que separan Buenavista de la Punta por la ladera norte, a lo que se une una carretera en mal estado, y continuas señales en varios idiomas desaconsejando la ruta por los peligros de desprendimientos.
Todo ello, no hace más que intensificar la sensación de zona prohibida, de zona acotada, de aventura que inspira el viaje a la Punta de Teno. La última frontera.
Buenavista en sí, ya transmite una idea de virginidad perdida en muchas otras zonas de la isla, pero Teno, es el epítome de la misma. Tras la indescriptible sensación mezcla de vértigo, temor, admiración y excitación que produce sobrepasar el macizo, se llega a una inmensa zona llana, totalmente virgen, salvo por los molinos de viento de generación eólica del lugar, y las zonas ocupadas por los invernaderos de la Cooperativa Luz de Teno, reminiscencia de lo que fuera una gran hacienda de la que queda la casa principal, muy reformada, y una pequeña ermita del siglo XVII en estado de ruina.
Salvo esto, lava, malpaís, y piso termobasal canario, el imperio de los cardones y de las tabaibas, líquenes y vegetación xerófila invadiendo cada rincón es un espectáculo apoteósico de luz, con el inmenso azul del mar y una paleta de color corta de negros, marrones, ocres, beiges y verdes tornasolados.
Tras la inmensa recta se llega a la mini península que conforma propiamente la punta, mucho más lávica, negra, como de vulcanismo reciente, aún no conquistado por la acción de los líquenes; donde se levantan los faros, el antiguo decimonónico, romántico, isabelino y el nuevo, más práctico, más alto, rojiblanco, operativo. También está el pequeño puertito de pescadores y una villa solitaria, de marcado corte racionalista.
En Teno, además de los lagartos, y de la vegetación repleta de endemismos y de la roca, el protagonista perpetuo es el viento y el mar, un mar inmenso, pleno, inolvidable, a la par que un viento fuerte, envolvente, inspirador.
Caminar por los senderos de madera sobre la lava, asomarse a las calitas de volcán sobre el azul del mar, contemplar la descomunal altura y dimensión del nunca suficientemente aclamado acantilado de los Gigantes, que se yergue majestuoso e inmaculado, al sur de la punta.
Ver el espectáculo de las olas, en la confluencia de mares que se forma al desdoblar el cabo, desde el apacible mar semi-interior formado entre Tenerife y la Gomera, con toda la protección de los acantilados que lo custodian, frente al indómito océano al norte. ¡Qué majestuoso e incomparable espectáculo!.
Sin duda Teno, es uno de los pequeños-grandes secretos que hacen de Tenerife un lugar sin parangón. Un tesoro paisajístico, geológico y botánico incomparable en la escena mundial.