Conocí en una ocasión a una persona que decía que el día de su final quería ser enterrada en el cementerio de Igueste de San Andrés. Sin duda, el cementerio de Igueste es el más romántico y mediterráneo de la isla. Recuerda indefectiblemente a los cementerios de las islas griegas o al de las islas italianas del mar Tirreno. Se trata de un recinto blanco, solitario, a las afueras del pueblo, a media altura, en el acantilado, sobre el mar azul, en uno de los extremos más orientales de la isla de Tenerife.
A Igueste de San Andrés se accede si se continúa la carretera (TF 121) que te lleva a la famosa Playa de Las Teresitas. Se trata de una carretera costera, serpenteante, estrecha, una de esas carreteras que uno sabe que conducen a un confín, y es que, efectivamente, Igueste de San Andrés es uno de los confines de la isla. En Igueste se acaba la carretera.
Como en casi toda la isla, un urbanismo descontrolado, de casas cúbicas, sobredimensionadas y antiestéticas, han asolado lo que en su día fue una maravillosa y perdida aldea en un fértil y estrecho barranco costero. Aún con todo, como tantas veces ocurre en esta mágica isla de Tenerife, la belleza de la orografía y la exuberancia de la vegetación, contrarrestan el poco acierto constructivo de las últimas generaciones de canarios, ignorantes de la inmensa armonía y atractivo de la arquitectura tradicional isleña.
Y es que, Igueste de San Andrés, sigue siendo muy atractivo como lugar de descanso y ensoñación, pues su estrecho y fértil valle concentra una elevadísima cantidad de árboles de mangos y aguacates, con el inmenso exotismo que ello supone. La magnífica sensación que produce transitar los pequeños caminos vecinales que siembran las plantaciones en su discurrir hacia el mar, es algo que difícilmente olvidaremos.
Este ambiente tan marcadamente tropical, más propio de la isla de la Gomera que de la de Tenerife, puede pasar inadvertido para el viajero que llegado al final de la carretera, no opte por bajar a explorar la localidad.
Es imprescindible aparcar el coche, dirigirse hacia la iglesia de trazas neogóticas, construida en 1909 bajo la advocación de San Pedro Apostol, y seguir el sendero hasta la playa de cantos rodados de la localidad, para luego retornar por entre las veredas comunales de entre las plantaciones hasta el vehículo, sintiendo el murmullo del agua a su paso por el barranco, poblado de patos y charquitos naturales; notando a cada paso, la atmósfera que sólo existe en los lugares más recónditos.