El Drago de Icod

El Drago de Icod

Una de las más clásicas y recomendables excursiones dentro de la isla de Tenerife es la visita al Drago Milenario de Icod de los Vinos, monumento natural de España desde 1917, portento de la naturaleza de belleza insondable y aspecto misterioso, como procedente de otra era, de otra dimensión temporal, de otro mundo.

Los DRAGOS, dracaena draco, no son propiamente árboles, son herbáceas leñosas, pero éste de Icod de los Vinos tiene unas dimensiones excepcionales. Con dieciocho metros de altura y más de trescientas ramas no tiene parangón en el mundo, o debiéramos decir, en la Macaronesia, pues constituye el drago uno de los más egregios endemismos de esta región conformada por los archipiélagos de Canarias, Madeira, Azores, Cabo Verde, Islas Salvajes y determinados tramos de la costa occidental del continente africano.

Nadie se pone de acuerdo con la edad de éste magnífico ejemplar. Hace años, se especulaba con que tuviera una edad cercana a los 3000 años, hoy por hoy, se especula con que pueda tener una edad de entre 800 y 1000 años. Con los dragos no ocurre como con los árboles. No hay anillos que contar, solo podemos especular con el número de floraciones, ramificaciones, recurrir a las crónicas que ya hablaban de la existencia de un drago de singulares proporciones en tiempo de la conquista de la isla en 1496, pero nada de esto nos aporta certezas. Los dragos son especies caprichosas que pueden mantenerse sin florecer ni ramificar durante años, detenidos, como invernando, sin mutar su aspecto, y de repente, sin más anuncio, empiezan a desarrollarse, y esto puede llevarles a crecer mucho en poco tiempo.

El drago de Icod no solo es excepcional en sí mismo por su electrizante belleza y atractivo, es sobre todo y por encima de todo, un símbolo de la isla de Tenerife y el orgulloso estandarte de la histórica localidad donde se halla, Icod de los Vinos.

Junto al drago se yergue esbelta una preciosa palmera canaria centenaria, pero también la muy admirable iglesia de San Marcos con su tesoro y gran cruz procesional de plata traída de Puebla en México en el S. XVIII, rodeada de su encantadora plaza, un elenco de casas tradicionales canarias de la mejor solera y un gran parque dedicado a la flora autóctona de la zona que sirve de manto protector al drago y acaba por rematar, junto a los frondosos acantilados de la Culata,  lo que sin duda es uno de los rincones más mágicos e inimitables de Tenerife.