Casas de Chinamada es una diminuta aldea trogolodita en un recóndito lugar del macizo de Anaga en el noreste de la isla de Tenerife. Un lugar caracterizado por su virginidad. Un entorno abrupto y cien por cien natural. Un espectáculo de barrancos, roques, riscos, bancales de agricultura de subsistencia y vegetación endémica, todo ello presidido por el majestuoso y distante Teide. Un lugar de montaña pero desde donde se presagia la cercanía del mar. Un lugar mágico para desconectar. Un paraje singular desde el que acceder a la inmensa gama cromática que despliegan las tierras de Tenerife. Tierras de tonos marrones, pardos, ocres, rojos, negros, canelos…, tierras volcánicas sometidas a intensa erosión. Orografía salvaje e indómita.
A Casas de Chinamada hay que ir en un día despejado, para apreciar de verdad y plenamente la inmensidad de su belleza y la profundidad de sus paisajes solitarios y extremos. Como tantas veces en esta entusiasmante y bella isla de Tenerife, joya del Atlántico, Casas de Chinamada supone el final de un camino asfaltado. Un fin de ruta. Una ruta que comienza en la Cruz del Carmen en pleno monte de laurisilva, en pleno monte de las Mercedes, y que continúa adentrándose en Anaga, hasta las Carboneras, para seguir por un camino cada vez más angosto y silvestre hasta la rotonda y parking donde se haya la ermita y el puñado de casas excavadas en la roca que conforman la aldea.
Todo ello, para seguir a pie, apenas diez minutos, por un sendero de cabras hasta el fantástico mirador de Aguaide. Un mirador sobre un acantilado que se desploma 500 metros sobre el inmenso azul del Atlántico. Un lugar de paredes verticales. Un nido de halcones desde donde observar al impertérrito y exultante padre Teide. Una atalaya sobre la punta del Hidalgo. Un nuevo Finisterre en esta isla mítica, que es necesario descubrir en sus rincones.
Para los más planificadores y avezados caminantes, la ruta no habrá acabado aquí. Regresando a la bifurcación, tomarán el sendero barranco abajo que les conducirá a tierras de la Punta del Hidalgo tras más de dos horas de camino disfrutando de cada detalle de esta tierra que no aburre.
Para los demás, la contemplación del fabuloso azul turquesa que forma el océano en la base del acantilado habrá sido recompensa más que suficiente, retornando a Chinamada a tomar un poco de queso de cabra fresco y vino de la isla.