Castillo de los Realejos

Castillo de los Realejos

Los castillos ejercen por lo general una enorme atracción sobre la mayoría de las personas, pues son construcciones que suelen destacar por su tamaño o por su ubicación, por su mayor o menor carácter o condición de baluarte inexpugnable. Los castillos son sede y expresión de poder y de riqueza. Son hitos en el camino.

Cuando pensamos en castillos, inmediatamente nos vienen a la cabeza construcciones medievales de piedra, escenarios de encuentros entre damas y caballeros, de torneos, estandartes y escudos, truenos, relámpagos y fantasmas. Hay toda una mística entorno a los castillos.

Pero si bien la fascinación por los castillos ha perdurado a través de los siglos, fue en pleno siglo XIX, en la época romántica, cuando en un movimiento generalizado en todas las sociedades occidentales, se produjo un auténtico furor por los mismos, proliferando por Europa magníficas y lujosas iniciativas residenciales con almenas y torres, que ya no tenían una finalidad defensiva sino meramente decorativa o evocadora de esa época dorada donde imperaba a los ojos de los románticos, el honor y la pasión, en su particular cruzada por revivir o exaltar el medievo.

En este contexto surge el magnífico Castillo de Neuschwanstein en Baviera, cuya construcción se inició en 1869 o el precioso Palacio da Pena en Sintra-Portugal de 1836 o el sorprendente Castillo de Butrón en Bizkaia, todo un castillo remodelado en 1878 sobre las ruinas de una significativa torre medieval oñacina; y así, en Tenerife, a tantas millas de distancia física del continente europeo, pero participando de los mismos gustos y maneras de la época, el Sr. Luis Renshaw construyó para sí, en pleno Valle de La Orotava, en 1862, de una manera muy romántica, su propio castillo medieval, sin foso pero rodeado de magníficas palmeras canarias. Sin embargo, el Sr. Renshaw, hijo del cónsul americano en Tenerife, nunca llegó a habitar el castillo, vendiéndolo al parecer al ciudadano inglés D. Remie Banquisset, que vivió en el acompañado de su mayordomo D. Cecil Bisshop a quien dejaría en herencia la finca.

Hoy por hoy, y después de muchos años como museo, el castillo y sus 8000 m2 de jardines, está dedicado a la celebración de bodas y eventos, constituyendo uno de los lugares históricos más relevantes del municipio de los Realejos en el norte de la isla de Tenerife.